La ciudadanía votó por un cambio y reclama que ese cambio sea rápido, lo que supone un desafío adicional para Milei cuando reciba el bastón y la banda presidencial de parte de Alberto Fernández, como se espera que suceda, en el Congreso de la Nación: el fundador de La Libertad Avanza (LLA) deberá lidiar, también, con una ansiedad social en aumento.
La "política tradicional", la que viene defraudando desde hace un largo tiempo a la sociedad, la que se ha caracterizado por prometer y no cumplir, la que ha demostrado que no puede, no sabe o incluso no quiere resolver o al menos aminorar los problemas más acuciantes, relacionados con la economía y la seguridad, y la que ha dinamitado en años recientes sus vínculos de empatía con la gente de a pie, recibió un castigo fenomenal en la segunda vuelta electoral en la Argentina.
Casi 3 millones de votos de diferencia obtuvo Milei sobre el contrincante peronista, un dirigente de carrera cuya ruidosa derrota deja estupefacta a la "política profesional" doméstica y en estado de shock al oficialismo. Sin embargo, apenas comience a bajar la espuma generada por el triunfo libertario y se calme el sentimiento de efervescencia de quienes lo respaldaron en las urnas, esos mismos electores serán los primeros en demandar respuestas inmediatas de parte del nuevo Gobierno.
Pero no solo ellos, sino también otros tantos que dieron su apoyo a Massa considerando que el ministro de Economía en efecto representaba "una alternativa de cambio", después de la frustrante gestión de Fernández, o bien porque temían dar ese "salto al vacío" que en teoría suponía un triunfo de Milei, pero que hoy se encuentran apremiados por las mismas urgencias sociales que movilizaron al votante "violeta".
A priori, se vislumbra estrecho en este contexto el margen para que el presidente electo disfrute de una "luna de miel" en el poder no bien arranque su labor al frente de la Casa Rosada: es decir, un período en el que pueda navegar por aguas ecuatoriales ensayando los primeros retoques en las políticas públicas que la coyuntura demanda, pero sin grandes contratiempos ni resistencias.
Una amplia porción de la sociedad exhortará a Milei a que comience a torcer el rumbo apenas asuma, sin margen para una relación idílica quizá como la que han mantenido otros jefes de Estado con la ciudadanía al llegar a la Casa Rosada, como fue el caso de Fernández, sin ir más lejos, cuyas mediciones de imagen navegaron en la cresta de la ola en el tramo inicial de su mandato, antes de caer por un tobogán y definitivamente en desgracia.
Un sector de la prensa, en estado de alerta
Tampoco da la sensación de que el peronismo kirchnerista, que mordió el polvo este domingo en las urnas, la izquierda, el sindicalismo o los movimientos sociales vayan a concederle a Milei una tregua medianamente prolongada. Es de esperar que no bien el ahora presidente electo procure avanzar con su intenciones de reforma del Estado e intervenga en el burocrático funcionamiento de la llamada "cosa pública" en la Argentina las calles -y los ánimos- comiencen a alborotarse.
Ya en las últimas horas, al día siguiente de su victoria en el balotaje, el líder libertario prometió estatizar empresas estatales, incluyendo al sistema de medios púbicos: un anuncio que de inmediato puso en alerta a un importante grupo de trabajadores de prensa en todo el país. La izquierda, por su parte, advirtió el mismo domingo por la noche que su militancia estaba dispuesta a combatir los supuestos planes de ajuste de Milei con protestas y movilizaciones.
Está por verse en este contexto cuánto tiempo transcurrirá con el fundador de LLA en el poder para que su figura comience a desgastarse, como se espera que irremediablemente suceda con un jefe de Estado que intentará desde su sala de comandos en Balcarce 50 asestar un enérgico golpe de timón para evitar, como él mismo plantea, que la Argentina termine de "colapsar".
De momento, distintas entidades y actores de la cosa pública y privada local salieron a respaldarlo, mientras la Iglesia dijo que le reza a Dios para que "ilumine a las nuevas autoridades" de la Argentina. De cualquier manera, es de prever que se vengan tiempos difíciles, en especial después de la fallida gestión del peronismo con Fernández, Cristina Kirchner y el propio Massa la cabeza, y a partir de la "pesada herencia" que recibirá Milei.
Una herencia tanto económica, con una galopante inflación cercana al 150% anual en el país, como en materia de deuda externa, finanzas públicas, niveles pobreza y especialmente de hastío e impaciencia social en alza. En definitiva, mucho del triunfo de Milei se explica a partir del fracaso de la "política tradicional" aquí, como sucedió en otras naciones del mundo.
Pese a ello, esa misma "política profesional" tiene en lo inmediato una inmejorable oportunidad para, en parte, redimirse y lavar o bien maquillar su imagen. ¿De qué manera? Ofreciéndole a la sociedad como gesto de responsabilidad y madurez una transición ordenada entre el Gobierno saliente y el entrante. Ciertamente, la actual situación por la que transita la Argentina no ofrece resquicio alguno para reeditar, por ejemplo, los caprichos del kirchnerismo en aquel traspaso de poder de 2015, cuando también la sociedad bramó por un cambio y embanderó a Mauricio Macri como jefe de Estado. Hoy esa demanda es incluso más potente, aparte.
La Argentina reclama y necesita que la política esté a la altura, por más que los presuntos "especialistas" de la gestión pública aún permanezcan en estado de shock tras el golpe de nocaut recibido este domingo en la segunda vuelta electoral.