20/08/2014 - Por MARTÍN YEZA
LOS DOS EXTREMOS DE LA VIDA

La primavera árabe, “el movimiento de indignados” en España, los cacerolazos en Argentina, y decenas de ejemplos suelen decorar con romanticismo el lugar de los jóvenes en el mundo, y de esa manera se supone que ese es el lugar que ocupan en una sociedad imaginaria donde “el joven” es más valioso que otra cosa. De esta manera se construye una identidad irreal del joven, que supone deben “ser frescos”, creativos, intempestivos, gritones y llenos de “convicciones e ideales”. Una identidad a la que pocos le harían lugar en su empresa -si la tuviera- pero que le gusta leer en la portada de la revista Time. CONTINUAR LEYENDO ESTE ARTÍCULO HACIENDO CLICK EN TÍTULO...


Lo cierto es que las revueltas en Egipto si bien devinieron en el derrocamiento de Mubarak poco cambió en Egipto, el movimiento de indignados -que tuvo una matriz ideológica más cercana a la izquierda- devino en que gobierna el Partido Popular, y los cacerolazos en Argentina terminaron con grupos de facebook muy enojados con el Gobierno Nacional. En Argentina y en el mundo se pone a la juventud en un pedestal, como si la juventud fuera una novedad. Caemos fácilmente en conceptos que simplifican la complejidad como la denominada “Generación Y”, referida a los jóvenes que buscan desafíos constantemente y no toleran trabajar de lo mismo por más de dos años porque sino se aburren. Como si el problema fuera de los jóvenes “nacidos entre 1984 y 1990” en lugar de la forma en que el trabajo permite el desarrollo del talento y potencial, o de las expectativas que uno debe alcanzar para pertenecer y la escasez de alternativas para cubrirlas. Esto se entiende mejor cuando se observa en relevamientos de consultoras privadas que detectaron que cerca del 85% de los jóvenes entre 18 y 30 años se sienten insatisfechos en su trabajo. Este es un problema grave si tenemos en cuenta que un argentino vive en promedio cerca de 700.000 horas y de las cuales trabaja cerca de 95.000. Es un problema porque significa que gran parte de nuestra vida la podríamos estar dedicando a algo que no nos hace felices, y después de todo y por inocente que parezca, la felicidad es una cosa bastante importante a la hora de tomar decisiones. El Papa Francisco dijo hace poco que se deben cuidar “los dos extremos de la vida”, la juventud y la vejez. Entre los extremos de la vida las diferencias se potencian cada vez más. Hace apenas un siglo el modelo de producción industrial imperante era el fordista, el cual tenía un manual de conducta sobre cómo debía vivir el operario, en qué condiciones, cómo formar su familia y hasta qué podía o no hacer su esposa. Hace una semana en surcorea comenzaron a utilizarse exoesqueletos para potenciar la fuerza de los operarios industriales. Los extremos de la vida de esta generación que viene se bañan en las aguas de Heráclito: “En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]”. La juventud y la vejez son una foto de todo lo que cambiamos en estos últimos 70 años. Y es que la novedad del Siglo XXI no es la juventud. La novedad del Siglo XXI a nivel mundial es la longevidad, vivir cerca de 70 años cuando a principios del 1900 se vivía 50 años. Esta foto demanda con urgencia cambios en la relación de la representación democrática y a su vez de la manera de pensar las políticas públicas y el rol del Estado. De todas las frases hechas la peor será aquella que sostenga que “hacen falta políticas de Estado, sostenidas a largo plazo, de acá a 20 o 30 años”. Se entiende que quizás lo más cómodo sea decir eso, realizar eso, pero este capricho didáctico va a llevar a que tengamos políticas públicas elegantemente presentadas pero sin correlación con la realidad. Va a ser muy difícil ser conservador frente a la sociedad que se está gestando o ¿Alguien se animaría a decir cómo será el trabajo en 20 años? ¿Cómo nos educaremos? ¿Cómo será nuestra relación con el tiempo libre? ¿Cuáles serán “nuestros valores sociales”?

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