Se habla en demasía de la erradicación de los violentos del fútbol, pero no se hace absolutamente nada, ni siquiera colaboran los jugadores cuando saludan a las barras después que arrojan todo tipo de proyectiles, justificando a 500 violentos en desmedro de 175 mil hinchas de Boca honestos que son los que sostienen los espectáculos y sus sueldos. Ahí estaba la mesa servida con cubiertos de plata, para avanzar en la erradicación de la violencia pero el poder político -que no queda excluido de este fenómeno, sino todo lo contrario- no avanzó con las decisiones esperadas por el grueso de los argentinos porque es uno de los impulsores de toda esta basura. Contrataciones de militantes para actos públicos. Sindicatos que los acercan para controlar que los días de paro sean respetados y la guinda de la torta es que los violentos son los soldados de la mafia que tomó los clubes con la complicidad de la dirigencia, no por temor sino como cómplices y participes de un negocio fantástico donde la reventa de entradas, el marchandising, los espacios para la venta en los espectáculos y hasta negociados con las transferencias de jugadores, justifican este forúnculo fenomenal que desde lo más alto del poder no quisieron extirpar. Es evidente que los muchachos sirven todavía y de mucho.