28/01/2025 - EDITORIAL Por Julián Otal Landi “LA PATRIA ES UN DOLOR QUE AÚN NO TIENE BAUTISMO”.Acontecía los primeros años de la avanzada neoliberal posmoderna cuando el filósofo nacional Silvio Maresca reflexionaba sobre el nuevo fenómeno el cual lo denominaba como “hedonismo ascético”. En sus palabras “El hedonismo ascético debe interpretarse pues como resignificación o captura trasmundana de la inmediatez una vez desplomado el mundo suprasensible, realizado lo Universal, devaluados todos los valores tradicionales”. ...LEER MÁS ..... “(…) Hasta tal extremo ha sido mediada la singularidad, hasta tal punto absorbida en lo Universal, su razonabilidad está tan absolutamente garantizada por el radical vaciamiento que ahora puede… gozar. El deseo- otrora forma más elemental y abstracta de emergencia de la autoconciencia- se vuelve otra vez instancia pertinente. Sólo que ahora es deseo “racional”. Deseo que se sabe como deseo, es decir, consciente de que- como condición de su emergencia- lo real está perdido para siempre. Y así se ejerce”. Pasaron más de 30 años del fenómeno descripto por Maresca que sigue deteriorando los lazos sociales, donde nuevas generaciones se educan bajo estos nuevos parámetros nutridos de hedonismo ascético a grandes dosis. Dentro de este panorama exacerbado por un gobierno reaccionario y virulentamente liberal la popular banda Los Piojos anunciaron el año pasado una serie de recitales, reuniéndose después de 15 años de su sorpresivo último ritual. Ritual, misa, banquete son definiciones que se asocian indefectiblemente con los conjuntos más convocantes que no casualmente alcanzaron la masividad durante los noventa. Precisamente, tanto el “ritual piojoso”, como aquellas “misas ricoteras” y los vigentes “banquetes” organizados por La Renga alcanzan una significación más que elocuente en tiempos de creciente individualización. Las tres denominaciones reafirman una identidad comunitaria. Son, más allá de todo, una señal de resistencia. Generalmente (según el mataburros) los rituales pueden tener las siguientes funciones: reafirmar la identidad de los practicantes, establecer vínculos con lo sagrado, agradecer, conectar con la comunidad. Quienes tuvimos la oportunidad de asistir a alguna(s) de estas siete funciones de la sorpresiva reunión de la banda oriunda del Palomar con seguridad podemos asentir que llamarles “ritual” no es precisamente una simple consigna, sino que le hace honor a su concepto de carácter tribal. Los detractores de Los Piojos (y sobre todo de su líder indiscutido, Andrés Ciro Martínez) se mofaban afirmando que en realidad su reunión no era más que un oportunismo comercial ya que, en definitiva, no iba a diferir de lo que suele presentar Ciro con su conjunto Los Persas (a pesar de contar con varios álbumes de estudio a lo largo de 15 años). Sin embargo, sabemos que existe una significativa diferencia en torno a su público, refrendado en los rituales: sus letras y el sentido de comunión piojosa ha sido transmitido a las nuevas generaciones. Este cronista ha observado la presencia de muchas familias asistiendo con honda emoción a la oportunidad única de compartirle a sus hijos quienes son Los Piojos y por qué fueron importantes en los noventa. Aquellos que hemos crecido al calor de canciones urgentes como “Pistolas” o que gritamos con “Yira yira” (aquella sentencia de Discépolo que puso su sensible pluma al servicio del termómetro social durante la primera “década infame” y recuperada tempranamente por Los Piojos en 1992) no lo procesamos con una mera señal nostalgiosa sino que resultaba increíble que nos reunamos nuevamente en el mismo lodo cambalecheano en tiempos libertarios. Lo mismo nos ocurría cuando Ciro le implora en “Arco” a nuestra tierra que “cierre las piernas” para luego afirmar que la quiere “libre del cafisho que gobierna”. Es que no se trata solamente de un cambio de nombre: a pesar de ser el compositor tanto de Los Piojos y de Los Persas, sus letras difieren diametralmente entre un conjunto y otro. Con los primeros Ciro pudo plasmar su impotencia, describiendo las miserias de su pueblo tal como lo había hecho Discépolo y tantos letristas del tango canción durante las penurias de los años treinta. Era aquel Ciro que transmitía lo que leía en los diarios y en las novelas/cuentos, (¿acaso existe otro conjunto de rock que haya acercado a Edgar Allan Poe al público de la manera tan original como la que hace Ciro con su inmortal “Morella”?) Era el joven rollinga que se plantaba ante el psicobolche rockero de los 80 que desdeñaba lo nacional decidiendo tocar el himno nacional argentino con su harmónica, el que reivindicaba a un pensador imprescindible como Arturo Jauretche o reconocía en Juan Manuel de Rosas la pasión desmedida irracional pero autentica en “Motumbo”. Sin embargo, con Los Persas Ciro asumía su distancia ante la realidad social: ya reconoce que no sería honesto si continuaba contando historias de trenes y obreros cuando su realidad se encontraba alejada/ obturada por la popularidad que consiguió con la fama. A partir de entonces sus canciones siguen siendo efectivas pero recurriendo al amor como tema principal (no obstante con dignas excepciones como la canción “Héroes de Malvinas” o la crítica precisamente al hedonismo escéptico con “Vas a bailar”) Ausencia de patria Curioso para muchos es encontrarnos nuevamente en el diccionario con el significado de “nostalgia” y así darnos cuenta que remite a la “pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos”. Así las cosas, esta reunión de Los Piojos (a pesar de las eventualidades y oportunismos) reafirman la nostalgia que se evidencia en el disfrute y recupero del ritual. La importancia del acontecimiento lo evidencia también la aparición de tres libros que dan cuenta del fenómeno: el fundamental trabajo del historiador Jorge Núñez con su trabajo riguroso “Los Piojos. Una historia documentada” (salido hace unos años de manera independiente y ahora, a partir de la exitosa reunión reeditada por Planeta), el testimonio gráfico del creador artístico del “piojo”, Silvio Squillari con “El piojo no se mancha” y el interesante “Los Piojos en los 90. Del barrio a los estadios” de Juan Cruz Revello coinciden en el valor de esta banda originada en los suburbios bonaerenses para la cultura popular y de su incomodo transe al mainstream rockero finalizando el milenio. Ahora, en un momento singular para nosotros, donde el clima de los noventa volvieron como un trágico ricorsi, el regreso del ritual considero que es muy probable que signifique más para nosotros (aquellos que crecimos escuchando sus letras y que buscamos compartirlas con nuestros hijos) que para ellos, aunque Ciro se esmere por dar todo con su impronta de frontman, con su carisma inigualable. Es que esta sensación de orfandad cultural que nos urge, pide a gritos el regreso de aquellos ídolos con pies de barrio como fue aquel joven cantor que nos sugería “Si vos querés estar libre/ si querés alto volar/ no déjes que te den el tiro cuando empezás a aletear…” Mientras tanto volver (aunque fuese una instantánea) al ritual es una declaración de resistencia ante los embates del egoísmo individualista y meritocrata de estos tiempos. Quizás no haya sido casual que, en medio del recital, cuando hacían repaso de su carrera con imágenes de aquellos años, cerraran con un grafiti que citaba aquella letra de “Quemado”: “Si no existe la memoria/ todo lo nuestro es suicida”. Mientras tanto, sugiero desde mi humilde lugar de piojoso confeso, que no nos detengamos ante el avatar nostalgioso y así no lamentar la ausencia de patria. Por el contrario, que este reencuentro signifique para nosotros un comienzo de la recuperación de la memoria colectiva, para descubrir la Patria porque, como decía nuestro poeta depuesto Leopoldo Marechal: “La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”. |
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