07/02/2025 - SOCIEDAD LA FINANCIARIZACIÓN DE LA VIDA COTIDIANAEl ámbito bursátil era, hasta no hace mucho, un dominio exclusivo de la clase capitalista, empresariado y segmentos con altos ingresos o rentas. Y, por supuesto, sus agentes de bolsa y asesores financieros. Para los demás sectores sociales se trataba de un mundo más bien extraño e inaccesible al que el común de la gente se asomaba a partir de películas como Wall Street (1987) o El lobo de Wall Street (2013). Con la reciente expansión de aplicaciones digitales, que permiten operar inversiones desde cualquier dispositivo conectado a internet, ha comenzado a difundirse a nivel popular la lógica especulativa y el lenguaje técnico del capital financiero. A continuación, ofrecemos tres vivencias personales que grafican este proceso. Luego, se ofrecen algunas reflexiones generales acerca de lo qué está pasando y sus posibles consecuencias. ....LEER MÁS ..... Situación 1 Hace unos meses tomé un taxi en Buenos Aires. En el viaje nos pusimos a charlar, como es habitual, de la situación económica. Me cuenta que venía desde Quilmes diariamente con el auto, ya que había más trabajo en la Capital Federal. De lo difícil que se puso para el taxista con la competencia, primero, de Uber y, luego, de las motos de Cabify. Hasta ahí lo previsible. Pero luego comenzó a contarme de sus inversiones financieras, que tenía acciones en distintas empresas como NVIDIA y Techint, que podía seguir minuto a minuto las cotizaciones en la bolsa desde su teléfono y ver cuánta plata tenía. Lo miro sorprendido. “Sí —me dice— mirá”. Saca el GPS de la pantalla de su smartphone, que le indicaba el recorrido y los posibles retrasos en la ruta, entra a la app correspondiente y me muestra curvas, valores porcentuales y montos diversos en dólares. ¡Qué contraste entre su dura realidad laboral y sus expectativas por la evolución de las acciones de empresas globales! Situación 2 Un amigo de Mar del Plata andaba de paso por mi ciudad y me invitó a un asado con otra gente. Hace tiempo no nos vemos y la excusa viene bien para vernos. Me dice que habría personas conocidas en común. De hecho, me reencuentro con viejos compañeros, hoy dispersos en distintas organizaciones o activos políticamente en diversos ámbitos. Ninguno de los asistentes tendría reparos en afirmar que el capital debe tener una función social en pos del bien común. En la sobremesa, tras pimponear distintos temas nacionales, surgió la cuestión económica personal. Tras las habituales quejas, uno de los presentes comenta que “invierte sus ahorros”. Hasta ahí nada raro. Pero luego desarrolla un planteo de capitalización que no tiene nada que envidiarle al mejor broker de la city porteña: cálculos de riesgo, activos bursátiles, retornos a corto plazo. Hago una reflexión general, en términos ideológicos, algo existenciales, acerca del peligro de entrar en la timba financiera, de cómo termina afectando el corazón y la mente de quien lo hace. Su respuesta fue que era la única forma de “cuidar su dinero”. Y siguió hablando, entre copa y copa, de los movimientos convenientes a realizar entre pesos, dólar MEP y Bitcoin, que el Crawling Peg, el Carry Trade y la mar en coche. Me quedé con la sensación de que una línea se había corrido. Situación 3 Se acerca el verano y llamé a un instalador de aire acondicionado. Nos conocemos hace al menos diez años. Cada tanto nos volvemos a ver por la necesidad de mudar un equipo de aire o realizar algún arreglo. Se trata de un hombre cuyo trabajo le ha permitido mantener una familia con varios hijos, tener su casa y hasta su quinta con pileta. Charlamos de bueyes perdidos un rato, hasta que me dice que le preocupa su hijo “adolescente” (tiene ya unos veinte años en verdad). Me cuenta que se la pasa encerrado en su dormitorio con el celular. Quiso enseñarle el oficio, pero no hubo caso. Tras unos días de intentarlo —“y eso que trabaja bien”, me dice con una mezcla de pena y orgullo— desistió y volvió a su cuarto. Le pregunto qué hace todo el día ahí dentro. Me cuenta que, además de jugar a videojuegos en línea, se la pasa en YouTube viendo a traders que le enseñan cómo hacer dinero sin trabajar. Le tientan con una vida de opulencia, plagada de símbolos banales de riqueza (autos de alta gama, yates), que supuestamente lograron gracias a sus aciertos financieros. Por supuesto, estos nuevos gurús tratan de vender sus cursos en los que te enseñan cómo ser un winner. El padre se agarra la cabeza y sigue trabajando. FinTech, cultura popular y efectos psicosociales Estas y otras escenas se están volviendo cada vez más frecuentes. Es una nueva vuelta de tuerca del neoliberalismo en la colonización de los pueblos, del capital sobre la vida. La hipermediación digital de la experiencia humana, acelerada a partir de la pandemia, ha favorecido este proceso de financiarización a nivel popular. Por supuesto, cabalga a su vez sobre tendencias más profundas: la exacerbación del individualismo y el retroceso de los valores comunitarios y solidarios, la falta de expectativas de desarrollo personal asociadas a la educación o el trabajo, el predominio de lo efímero y la aceleración del tiempo, la fragmentación de las identidades y los sujetos, entre otras. La novedad está dada por la influencia creciente de los mercados, instrumentos y lógicas financieras en distintos ámbitos de la vida cotidiana y grupos sociales que permanecían relativamente ajenos a ello. Se trata de una transformación silenciosa y preocupante del modo en que los individuos, las familias y las sociedades interactúan entre sí, con el dinero, con distintos tipos de bienes y servicios y con el modo de lograr transformaciones en sus situaciones actuales. La tendencia hacia la mercantilización es intrínseca al capitalismo. Data de quinientos o de doscientos años, según si tomamos la conquista de América o la Revolución Industrial como pivote. Como sea, lleva mucho tiempo. Pero en el último medio siglo esa orientación se ha acentuado con la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación, la crisis de las ideologías y la imposición del neoliberalismo como única alternativa. Desde entonces, nos habituamos a oír que la educación es una inversión en capital humano y no ante todo una forma de realización personal. O que el acceso a la salud es un beneficio por el cual hay que pagar (y de acuerdo al plan que puedas costear es la cobertura que tendrás) y no un derecho universal. La vivienda y las jubilaciones tampoco escaparon a los cantos de sirena de las bondades del mercado. Las sociedades quedaron a merced de las especulaciones del mercado inmobiliario para resolver algo tan básico como el lugar físico donde vivir. Y los fondos previsionales, que en la era de los Estados de Bienestar permitían transitar la última etapa de la vida sin grandes contratiempos económicos, se volvieron en gran parte del mundo activos financieros en el que las personas se juegan su bienestar futuro (en Argentina graficado en el fiasco de las AFJP). Esas fueron las etapas preliminares de la avanzada que actualmente estamos observando. Con el avance de las plataformas y la conectividad en la última década y media, aquella secular tendencia a la mercantilización parece estar alcanzando nuevas cotas. ¿Un taxista quilmeño puede compartir los intereses de una firma multinacional con sede en Luxemburgo y que cotiza en la bolsa de New York? ¿Corresponde a una persona que cree en la justicia social ser parte de la especulación financiera? ¿Cuántos jóvenes se llenarán de dinero con el trading financiero y cuántos se quedarán frustrados o quebrados en el camino? ¿Qué impactos subjetivos y sociales se siguen de este proceso de financiarización extendido a nivel popular? Podemos identificar varias consecuencias. Primero, la expansión del “sálvese quien pueda” y una mentalidad del tipo ganador/perdedor (winner/loser). Es decir, la posibilidad de realización ya no pasa por un marco social, sea nacional, familiar, etc., sino por la capacidad del individuo expresada en el acierto o desacierto en el juego financiero. Segundo, la difusión a nuevos sectores sociales de un modo especulativo de pensar, que implica la adopción del cálculo costo/beneficio como exclusivo en detrimento de otras racionalidades presentes en la cultura popular y en el ámbito de la producción y el trabajo. Tercero, el corrimiento de la frontera de lo monetizable, o sea, la inclusión de nuevas facetas de la vida humana en la lógica instrumental mercantil (por caso, el tiempo libre). Cuarto, el socavamiento del trabajo y la educación como vías principales de crecimiento económico, pero también de desarrollo personal e identidad, y su reemplazo por símbolos de felicidad asociados a la ostentación y el consumo suntuoso. Quinto, y de la mano con lo anterior, el esfuerzo, la constancia y la disciplina son rebajados frente al endiosamiento del dinero fácil y la plata que “se multiplica sola”. Sexto, emerge un tipo de solidaridad vertical del pobre y el trabajador con el gran capital en perjuicio de la solidaridad horizontal con los pares y la comunidad. Por último, hay que destacar también un impacto económico. Al captar el pequeño ahorro argentino y utilizarlo en procesos de valorización financiera globales se vuelve un factor de descapitalización nacional. Como vemos, es en gran medida el viejo repertorio neoliberal y de la imposición del modelo de vida estadounidense. Pero hay una novedad: está potenciado por la capilaridad que permiten las tecnologías, plataformas y dispositivos digitales, con toda su capacidad performativa sobre las sociedades, su instrumentación de los mecanismos inconscientes de la subjetividad y su estímulo a la desterritorialización. Es aquí donde entran en escena los vehículos de este proceso de financiarización: las aplicaciones de FinTech. Son ellas las que permiten invertir y especular con distintos instrumentos bursátiles desde un teléfono como si de un juego se tratara. No es casual: la gamificación ―es decir, volverlo lúdico usando mecanismos de recompensas y castigos, notificaciones que capturan la atención y atractivas presentaciones visuales― es una forma de atrapar a las personas. Los promotores de esta ampliación financiera sostienen que se trata de una democratización: lo bursátil que estaba al alcance de minorías potentadas ahora está abierto a las mayorías. Es innegable que desde ese punto de vista las FinTech permitieron una apertura. Pero, ¿a qué? ¿Hay algo que celebrar? La bolsa y el capital financiero representan el ámbito donde más desembozadamente se desenvuelve la lógica ciega de maximización de la ganancia. Allí no pesa otro criterio más que el dinero que se reproduce en más dinero, dejando en un cono de oscuridad los procesos de producción y trabajo. Además, otros factores valiosos para la reproducción de la vida social (como los ambientales o los relativos a la autodeterminación de los pueblos) quedan solapados, negados o ignorados. Sencillamente, no importan o molestan y deben ser barridos. Por lo que la expansión de la financiarización a nivel popular, de la mentalidad y lenguaje bursátiles, representa un gran peligro para la construcción de sociedades más justas, soberanas y sustentables. |
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