Casi otro siglo antes, en 1711, John Puller, gobernador de las Islas Bermudas, que están frente a la costa norteamericana de la Florida, le había mandado una carta al ministro inglés Robert Harley, diciéndole estas palabras: "El Río de la Plata es el mejor lugar del mundo para formar una colonia británica".


 Quizá siguiendo esa atractiva definición, el muy hispano virrey Olaguer y Feliú, circa 1797, abrió el comercio a todos los países neutrales sin esperar autorización de la corona. Decisión que colocó al Río de la Plata como un punto de enorme atractivo para las rutas comerciales, lo que de hecho estimuló la proliferación de barcos británicos y estadounidenses, cuya fuerte presencia dominó la economía rioplatense de la época. Y no faltaron funcionarios corruptos que facilitaron ese comercio que permitía hacer fortunas a comerciantes porteños que no se sometían a controles locales y mandaban a sus hijos a estudiar a Europa, desde donde algunos volvieron después con ideas revolucionarias, aunque ésa es otra historia.

La primera Invasión Inglesa se inició con un ejército entrando por las riberas de Quilmes el 25 de junio de 1806. Dos días después, el 27, las tropas británicas ocuparon la ciudad de Buenos Aires, por entonces de unos 40.000 habitanes y ya importante capital del Virreinato del Río de la Plata. Al principio sorprendida, esa población se organizó después en milicias populares de porteños y pobladores de la hoy campiña bonaerense, y durante 45 días resistieron a los invasores, que eran ayudados por refuerzos que llegaban de Montevideo. Desde esa ciudad había partido la flota invasora, al mando del Brigadier General William Carr Beresford y el Comodoro Home Popham, quienes en cuanto supieron de los caudales que el virrey español tenía listos para enviar a España, atacaron Buenos Aires con unos 1.600 soldados de infantería.


La resistencia del pueblo porteño, sin embargo, derrotó a las fuerzas británicas, que debieron replegarse a Montevideo y a sus navíos. Pero la derrota no desanimó a los tozudos ingleses, que volvieron un año después, el 28 de junio de 1807, con un ejército enorme que diferentes historiadores calculan de entre 7.800 y 12.000 hombres, comandados ahora por el General John Whitelocke y que desembarcaron en la costa de Ensenada y para el mes de Julio ya sitiaban la ciudad.


Esta vez el enfrentamiento fue mucho más duro. Porque además de unos 9.000 milicianos criollos reunidos y azuzados por un marino francés, Santiago de Liniers, todo el pueblo porteño enfrentó y rechazó a los invasores. Y desde entonces fue fama, durante siglo y medio, que los patriotas los expulsaron a pecho y balas y arrojándoles piedras y aceite hirviendo desde los techos de las casas. Heroismo popular que sin embargo, en lo que va de este siglo, fue sistemáticamente disminuido desde los grandes diarios porteños con el argumento que "el aceite era un mito; sólo les arrojaban agua y frascos de fuego".


Como fuere, durante años y por generaciones esa gesta popular fue conocida como la "Reconquista de Buenos Aires" y se celebró en todo el país cada año y con mucho orgullo por tratarse cada 12 de agosto de un día patriótico, ejemplo de heroismo y reafirmación de la Independencia. Así lo reivindicaron diversos próceres del Siglo 20: Hipólito Yrigoyen, Juan Perón, Alfredo Palacios, entre ellos.


Sin embargo –e inexplicablemente– esa recordación se fue desluciendo y, en las últimas décadas, empezó a quedar si no en el olvido en una posición históricamente relegada y de casi nula simbología. De hecho, y aunque sea duro afirmarlo, desde hace ya muchos años la Reconquista pasa casi inadvertida. Y hoy no es más que el nombre de una calle porteña y de una ciudad del Norte santafesino.


¿Cómo explicarlo? Acaso sólo mediante reconocimientos dolorosos. La celebración en las escuelas se debilitó y hoy casi no se recuerda esa gesta de miles de porteños y argentinos de varias provincias, resistiendo, valientes, las invasiones inglesas. Podría parecer ineludible cuestionar el rol de algunas autoridades educativas. Como también cabría preguntarse porqué se tolera y alienta incluso que las últimas y las nuevas generaciones de chicos y chicas argentinos se manejen con léxicos paupérrimos y vulgares, y contaminados de mezclas idiomáticas arruinadoras del Castellano, nuestra maravillosa lengua identitaria original de Hispanoamerica.


Lo cierto es que los ingleses abandonaron la ciudad de Buenos Aires, pero sólo después de que huyera cobardemente el virrey Rafael de Sobremonte, quien fue a refugiarse en Córdoba y dejando que Buenos Aires se defendiera sola.


Los invasores ocuparon la plaza e izaron su bandera en el fuerte, que era sede del poder Virreinal. Y ahí estuvieron durante 46 días, todo Julio y más, durante los cuales trataron de ganarse la confianza y el afecto de la población. Pero esa estrategia meramente política y comercial fracasó porque a los ingleses ya entonces se les veía la costura: más que apoyar la Independencia Americana les interesaba copar ese mercado de incalculable riqueza.


Los criollos lo advirtieron y se organizaron para recuperar la ciudad. Desde el Uruguay (entonces Banda Oriental), Liniers organizó milicias que vencieron a los invasores. Que se retiraron, derrotados, el 12 de Agosto de 1807. Claro que llevándose 40 toneladas de pesos plata de la época, que semanas después pasearon por Londres en enormes carruajes. Naturalmente.