La síntesis caricaturesca de Friedman (no es familiar de Milton, pero comparte su ideología) busca instalar la idea de que, independientemente de las características específicas de cada economía en el mundo y del momento histórico en que se use el chaleco de fuerza dorado, la mejor decisión siempre es que el Estado no tenga forma de intervenir en la economía para garantizar que las fuerzas del mercado queden liberadas totalmente. Los ejes fundamentales para aplicarlo son: reducción del gasto público y equilibrio fiscal, privatización de empresas públicas, política monetaria contractiva, liberalización del comercio exterior, apertura de los sectores financieros y de telecomunicaciones, desregularización de todos los mercados, estímulos a la inversión extranjera y combate a los subsidios.
O sea, el esquema propuesto ata al país a los designios del mercado, como hoy vuelve a suceder en Argentina, luego de tres intentos fallidos ensayados en el último medio siglo. Por desgracia, el Presidente Javier Milei y el ministro Luis Caputo, inmovilizados en ese tipo de chaleco, aparentan estar descubriendo que existen sujetos de carne y hueso que tienen nombre y apellido, detrás de los mercados, y les reclaman moderación en las subas de precios. Al parecer, el problema de Guillermo Moreno ahora eran sólo sus agresivos modales.
En caso de que no sean actos de ingenuidad auténtica los de Milei y Caputo, el escenario alternativo sería aún más peligroso y ruinoso para el país. Implicaría que las máximas autoridades públicas en materia económica podrían tener intereses comunes con las empresas que gozan de la piedra libre que les otorgaron para abusar sin pudor de los bolsillos de los consumidores. La opacidad en el diseño del DNU 70/2023 hace sospechar que esta segunda opción sería la más factible, aunque en ese caso, nobleza obliga, habría que reconocer los dotes actorales de los protagonistas, especialmente de nuestro Presidente.
Recordemos además que Caputo “jugaba en la Champions League” y que, en su anterior gestión en el sector público, fue echado del gobierno por pedido del FMI por haber permitido la fuga de capitales con los dólares obtenidos del mayor crédito que cedió en su historia. Este antecedente que, a la vez requirió la evasión de los controles legislativos que demanda la Constitución Nacional, aleja la chance de inoperancia por parte del ministro y, por lo tanto, incrementa el peligro de que la situación actual se trate de una nueva estafa planificada, lo cual augura un escenario todavía más caótico para los próximos meses.
“¿Débiles con los fuertes y fuertes con los débiles?”
Los episodios recientes y más resonantes del uso del chaleco de fuerza dorado con fuerte impacto regresivo en la distribución del ingreso han sido la desregulación del mercado de las empresas de salud prepaga, la liberación de precios de los combustibles y la eliminación de controles de los precios de los alimentos básicos y de medicamentos. Si bien Milei y Caputo se limitaron a hacer algunos alardes públicos en contra de los abusos más grotescos de las empresas y, como supuesto paliativo, mejoraron las condiciones para importar productos de la canasta básica, el efecto no luce significativo en las góndolas que, a cuatro meses de la devaluación de diciembre, se mantiene en los dos dígitos mensuales. El chaleco inmoviliza pero no amordaza.
En el caso de Milei es más difícil que en el de Caputo sentar una posición respecto a si confía en lo que hace y está disociado de la realidad o si sus decisiones son el resultado de un conflicto de intereses. Las burdas declaraciones en el programa radial de Alejandro Fantino de Milei sobre la construcción de puentes (dijo: "tranquilamente, los puede hacer la gente directamente") o el uso de bots falsos para aseverar que “los precios están bajando” (no que la inflación se desacelera) lo ubican en un lugar más cercano a la figura de un paciente que debe utilizar chaleco de fuerza para controlar sus emociones que a un inescrupuloso bandido. El ministro, en cambio, no se animó a pronunciar su opinión sobre la construcción de puentes sin participación estatal y fue menos vehemente cuando habló de la baja de los precios.
Quizás Milei realmente esté empezando a notar que la concentración de los mercados juega en contra de su proyecto y que la evolución del IPC se determina más por la interacción entre la oferta y la demanda que por el nivel de emisión monetaria. Es posible que no haya previsto que, frente a la brutal caída de la actividad y con una demanda de dinero transaccional concentrada sobre bienes y servicios de demanda inelástica (el consumo se deprime proporcionalmente menos que el aumento de los precios en esos sectores), la reducción real de la base monetaria es insuficiente para frenar la escalada de los precios y que existen formadores de precios que sacan provecho. Posiblemente, Milei esté repitiendo el razonamiento fallido de su asesor Federico Sturzenegger, que creía que el tarifazo de 2016 no aceleraría la inflación al suponer que la suba de unos precios obliga a disminuir el gasto en otros y así los bienes menos demandados bajan de precio compensando las subas de los más consumidos. Lamentablemente, la realidad les es esquiva, todos los precios suben y los menos prescindibles aumentan más.
Vale agregar un breve detalle técnico que también juega. La evolución de la tecnología transaccional acelera la velocidad de circulación del dinero (hay más medios de pago electrónicos y un uso más intensivo de los existentes). Sin embargo, en la teoría seguida por Milei se supone que la velocidad es constante, lo cual va a obligar a su gestión a realizar ajustes cada vez más severos de la base monetaria para obtener el efecto que desea.
Ante la impotencia en poder reducir el ascenso de los precios, Caputo intenta resistir al chaleco de fuerza, interfiriendo en los acuerdos salariales sin homologar paritarias, a contramano de la libertad de negociación entre privados. El Presidente, por su parte, en este caso ha logrado evitar la doble vara discursiva (libertad para formar precios y no para negociar salarios) y su trabajo sucio se focaliza en despedir empleados públicos y pisar los salarios de los que conserven sus puestos de trabajo.
El dúo tiene como misión prioritaria vencer a la inflación sin afectar el negocio de grandes sectores concentrados. Entonces buscan contraer más aún la capacidad de consumo de los trabajadores y jubilados para mitigar los aumentos de precios intentando provocar mayores excesos de oferta.
Néstor Kirchner en un recordado programa televisivo ya había denunciado esa fórmula aplicada en la Convertibilidad cuando cruzó un penoso reconocimiento a la entonces ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, por bajarle a los ingresos a los jubilados: “¿Cuál es la audacia?, ¿débiles con los fuertes y fuertes con los débiles?”. Milei y Caputo buscan repetir esa experiencia tratando de imponer paritarias que no superen el índice de inflación del mes que se apliquen los ajustes, algo que solo pueden pronunciar en programas de radio o televisión cómplices porque, obviamente, lo que reclaman los trabajadores a través de las paritarias es recomponer la pérdida ya sufrida de su capacidad adquisitiva.
Ante estos atropellos, la organización obrera y estudiantil, valuarte de nuestro país en el contexto de sumisión y represión regional, históricamente supo ponerle un límite que permitió preservar derechos laborales y beneficios sociales alcanzados. Este es el cuarto embate sufrido en menos de medio siglo. Hay que volver a resistir y dar batalla. Es la gran misión de nuestra militancia.
(*) Economista, asesor de empresas y cámaras industriales y docente universitario.