Según les investigadores, se estima que cada adulto ingiere alrededor de un millón de partículas de microplásticos al año a través del agua potable. Ante este escenario, recomiendan no solo reducir el ingreso de micro y nanoplásticos en los cuerpos de agua, sino también implementar estrategias para disminuir la contaminación actual.

Cuando desechamos una botella o una bolsa de plástico, su destino es incierto. Pueden terminar en vertederos, ríos o incluso en el océano. Con el tiempo, debido a la acción del sol y otros factores, se fragmentan en partes cada vez más pequeñas hasta convertirse en microplásticos, que miden menos de 5 milímetros de diámetro, o en nanoplásticos, que son aún más diminutos y pueden llegar a medir una décima de milímetro.

Por su tamaño minúsculo, estas partículas logran infiltrarse en los lugares más inesperados: en la tierra, en el agua y, lo más preocupante, en el aire que respiramos. Según investigaciones recientes, estas partículas han sido encontradas en los rincones más remotos del planeta, desde las profundidades del océano hasta la cima de las montañas.

Estas partículas de micro y nanoplásticos no solo afectan al medioambiente. También están entrando en el organismo sin saberlo. A través de la comida, el agua o incluso el aire, estas partículas encuentran su camino hacia el cuerpo. 

Pero, ¿qué pasa cuando estos contaminantes ingresan a nuestro cuerpo? Aunque los estudios aún están en sus primeras etapas, la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya advierte sobre los posibles riesgos para la salud. 

Se ha discutido que la exposición prolongada a los micro y nanoplásticos podría tener efectos en el sistema nervioso, causar inflamación, alterar el sistema inmunológico e incluso aumentar el riesgo de cáncer. Sin embargo, es un campo que aún no ha sido investigado lo suficiente como para determinar cuáles microplásticos y nanoplásticos son peligrosos.

A raíz de que los océanos son, sin duda, uno de los ecosistemas más afectados por los microplásticos, en 2023 se formó una red de investigadores argentinos cuyo objetivo es estudiar y determinar cuántos microplásticos hay en los ríos y lagos del país.

Además, estas partículas actúan como vehículos para transportar bacterias y otros patógenos a través del agua. A este fenómeno se le llama plastisfera, un término que se refiere a las comunidades de microorganismos que colonizan los microplásticos, según el Programa de las Naciones Unidas.

La red MappA, que incluye más de 50 investigadores, busca analizar la presencia de microplásticos en más de 100 cuerpos de agua dulce a lo largo de Argentina.

El proyecto MappA tomó muestras durante el verano de 2025 y esperan tener resultados sobre lo estudiado para el 2025. El fin es identificar las principales fuentes de contaminación y cuáles son las variables ambientales que afectan la presencia de los microplástico.

Humanos de plástico: el futuro del planeta

Lo cierto es que, una vez que estas partículas plásticas están en el ambiente, es muy difícil eliminarlas. En las plantas de tratamiento de agua, los métodos convencionales no son suficientes para retenerlas.

Aunque les cientifiques han sugerido el uso de técnicas como la filtración avanzada o la precipitación, que resultan eficaces, estas no son accesibles para todos. En las regiones más empobrecidas, el agua potable generalmente recibe solo tratamientos básicos, como la cloración, lo que significa que estos contaminantes siguen presentes en el agua que la gente consume diariamente.

Ante esta situación, una de las soluciones clave es reducir la producción y el uso de plástico. A nivel individual, optar por alternativas reutilizables, como botellas de acero o bolsas de tela, en lugar de productos desechables. Además, separar los residuos y fomentar el reciclaje son acciones que contribuyen a disminuir la cantidad de plásticos que llegan al ambiente.

Sin embargo, la verdadera solución radica en una acción global, una decisión conjunta entre gobiernos y grandes corporaciones para implementar políticas que limiten la producción de plásticos y promuevan la investigación en tecnologías que permitan su eliminación efectiva.

En definitiva, los micro y nanoplásticos son una amenaza silenciosa que ya forma parte del cuerpo. Pese a su tamaño diminuto, su impacto es grande, tanto para la naturaleza como para la salud.