En la década de los 90 se había generalizado un apotegma que rezaba “yo no lo voté”, en referencia a Carlos Menem, que pese a los desastres que impuso a la Argentina, en muchos rubros aún vigentes, fue reelecto en 1995.
30 años después, justamente los seguidores de Milei, que admira a Carlos Menem, repiten como grito en redes que esto que estamos viviendo es “exactamente lo que ellos votaron”.
El bien y el mal definen por penal
Casi no hay antecedentes conocidos de arqueros de fútbol que hayan ido para atrás, en contra de los intereses de su propio equipo. Acaso porque sería demasiado evidente, ya que su posición en el campo y sus permisos, como tomar la pelota con la mano, lo dejan más expuesto ante los ojos de los espectadores, compañeros y rivales.
Javier Milei era arquero en su juventud, pero los goles en contra de los intereses nacionales y populares los hace en su edad adulta.
Es una incógnita si lo hace por ambiciones materiales concretas para sí mismo o para su círculo, o se trata de una postura colonial que se evidenció previo a la campaña que lo llevó a la presidencia, cuando declaró su admiración por Margaret Thatcher.
Un espejo en el que se mira Milei, inclusive cuando se revela, como lo hizo la revista Noticias, la presencia de un retrato de la exprimer ministra británica, que junto a otro del expresidente de Estados Unidos Ronald Reagan, decoran su despacho en la Casa Rosada.
El último 2 de abril fue una muestra acabada de esa genuflexión, cuando en su breve discurso en el homenaje a los caídos de la guerra de 1982, en el cenotafio de la Ciudad de Buenos Aires, tuvo el discurso más pro-británico que se pudiera imaginar.
Hemos tenido presidentes con posturas entreguistas, al servicio del gran capital transnacional, pero Milei además le agrega un componente simbólico que lo asemeja más a un delegado de otros países que a un presidente con afinidades selectivas.
Qué clase de presidente es Javier Milei
¿Es Milei un presidente cómodo o incómodo?
La pregunta puede parecer de carácter cerrado en su formulación, pero conlleva matices y hasta contradicciones, de acuerdo a quien la responda. Para un pensamiento binario Milei es el ejemplo perfecto, es la explicación que cierra por todos lados.
Hay quienes lo aman como es, con su violencia verbal que desata otras violencias, con su desparpajo contra lo que denomina la casta y con su aparente autenticidad. Eso, sumado a lo tantas veces analizado del fenómeno de redes, más los planetas alineados del poder real que lo construyó como alternativa, generaron ese huracán impredecible de 2023.
Del otro lado, aún en la lógica del amor-desamor, a Milei se lo detesta prácticamente por las mismas razones.
Pero hay también, y es lo interesante del asunto, una lectura del Milei incómodo. ¿Cómo fue posible que con tan poco haya logrado tanto?
¿No hay un punto en que el fenómeno explica también las falencias de “los otros”?
Esta semana, otra vez más, la relación con el Fondo Monetario Internacional (FMI), estuvo en el tope de la agenda política nacional. No es muy necesario explicar que cuando eso ocurre es porque algo anda mal (muy, demasiado), en nuestro país.
Ya no tiene mucho sentido, solo para mantener la memoria entrenada, recordar que se trata del mismo Luis Caputo el que para hacer pagar a la sociedad los desastres de su plan de rapiña especulativo, vuelve a meter al país en el calabozo del Fondo, como lo hizo en 2018.
Lo que hay que ver es que las condiciones, aunque parecidas, no son exactamente las mismas. Hoy la presión para que la Argentina termine de arriar la bandera es descomunal y pese que la consigna contra el FMI sigue siendo válida, la realidad es que no se puede esperar de un torturador financiero mas que malos tratos.
«Queremos asegurarnos que ningún acuerdo con el FMI termine prolongando ese Swap que tienen con China», soltó hace un par de días Mauricio Claver Carone, el representante de Donald Trump para América Latina.
El nivel de injerencia de Estados Unidos y su obsesión por incrementarlo para frenar el “avance chino” en la región es histórico, tanto como la conducta casi infantil de Milei, que no solo se arrastra él, sino sobre todo al país, en un sendero de cipayismo que de no ser trágico, hasta causaría risa. La secuencia de aviones que van y vienen, las fotos que fueron y las que no como en esta semana, en los 9 viajes que hizo el Presidente a Estados Unidos no tiene antecedentes.
Corte a la Corte de Javier Milei
El Congreso fue también escenario de otra semana bisagra para Milei, cuando el Senado logró el quórum que le permitió finalmente rechazar los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla como integrantes de la Corte Suprema de Justicia.
La derrota se suma a la que la oposición, la real y la amigable, le propinó al Decreto de Necesidad y Urgencia que aumentaba las partidas de fondos reservados para la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). Obviamente, esos fondos nunca fueron devueltos porque, se sabe, todo lo que entra a la SIDE, desde recursos a personas, no se transparenta ni está atado a ninguna rendición de cuentas.
La “justicia” nunca fue un tema de agenda para Milei, economista de oficio y profesión, pero con casi nulas intervenciones en el debate de otras materias del acontecer público. En todo caso, puede serlo, si cae en desgracia, de avanzar alguna investigación en torno a su promoción de la estafa con la criptomeda $LIBRA, de la que se está por cumplir dos meses.
Se trataba entonces de completar el organigrama de uno de los poderes del Estado, vacante en su conformación completa desde las jubilaciones de Elena Highton de Nolasco en 2021 y de Juan Carlos Maqueda a finales de 2024.
Milei y el espejo de Ariel Dorfman
Con todo este recorrido, volvamos al título de estas líneas. ¿Fue la mejor semana de Milei?
Por supuesto que sí. Vino exactamente a esto (“es lo que voté”, cacarean en reder los liber-otarios), a destruir el Estado. Para que los ricos no tengan barreras, para que paguen menos impuestos, para que la libertad (de los ricos), sea el bien más preciado.
Aunque en ese altar se sacrifiquen las libertades de otros, de los que no se callan y no aganchan la cabeza, de los que no saben de Protocolos porque la vida no es un problema de tránsito que se resuelva a los palazos y con gases lacrimógenos.
Fue la mejor semana de Milei y la peor para millones de habitantes de la Patria.
En la obra de teatro “La muerte y la doncella”, del chileno Ariel Dorfman la puesta termina cuando cae un espejo en lugar del típico telón, que hace a los espectadores reflexionar cuánto de la obra habla de sí mismos.
Hay una excelente versión cinematográfica, protagonizada por Sigourney Weaver, Ben Kingsley y Stuart Wilson, dirigida por Roman Polanski. La obra plantea el encuentro de una víctima con el hombre que cree la ha torturado. Eso genera un dilema que se vive con tensión en la trama, pero que nos interpela como espectadores.
¿Qué hacer cuándo se repiten esas torturas, de diversos modos en el tiempo y en algunas ocasiones con los mismos protagonistas?
¿Cómo reaccionamos frente al espejo que nos plantea la obra de Dorfman?
¿Cómo lo hacemos ante el imaginario que nos devuelve los reflejos de la propia realidad?