Dentro de este paisaje se cultiva un producto exótico, pero ya icónico de la zona: la sandía. Unas cincuenta familias productoras de la cuenca sandiera del Valle Cuña Pirú, producen sandías “primicia”, variedad que se caracteriza por su forma ovalada y el intenso sabor dulzor. A fines de octubre y principios de noviembre, en camionetas o carros, los productores sacan sus sandías de las chacras para ofrecerlas directamente en los costados de la ruta. Hasta allí llegan compradores de toda la provincia que, en muchos casos, desandan largas distancias para conseguir la codiciada fruta.
El sabor único de Cuña Pirú
“Hace ya más de 24 años, unos muchachos que vinieron de Puerto Rico (municipio misionero), plantaron sandías al lado de nuestra chacra. Una tarde, uno de ellos nos trajo unas semillas en una bolsita y me dijo: ‘Le traje un poquito de semilla de sandía, plante que va a ver que sale linda fruta'», cuenta a Tierra Viva el colono Ángel Sinsen, pionero de esta singular cultivo en la cuenca. No recuerda cuál era la fase lunar el día de aquella siembra —atento a la biodinámica—, pero sí recuerda que la siembra fue un 22 de agosto y que con la cosecha logró comprar una camioneta para transportar la producción.
«Al vernos, otros vecinos empezaron también. En la actualidad somos medio centenar de productores de sandía en esta zona, y la demanda es muy buena. Todo lo que producimos se vende», destaca Sinsen. La cuenca de productores de sandía en el Valle de Cuña Pirú suma 120 hectáreas. Cada productor siembra entre 2000 y 3000 plantas por hectárea, pero la cantidad de fruta puede varias de acuerdo a las condiciones climáticas.
En los últimos años, la provincia atravesó desde sequías e incendios hasta excesos de lluvias e inundaciones. En la última temporada de primavera-verano el clima resultó un buen aliado para la sandía. Y se vio reflejado en la cantidad y calidad de cosecha de primicias. “La sandía tiene entre un 85 por ciento y un 90 por ciento de agua, lo cual hace que su calidad dependa mucho de la cantidad de agua disponible durante su crecimiento. La lluvia y los nutrientes del suelo juegan un rol fundamental», explica Lucas Lombardo, productor, asesor técnico y presidente de la Comisión de la Fiesta Provincial de la Sandía, que se realiza cada diciembre en el municipio de Ruiz de Montoya.
La producción depende del ciclo de lluvias. La sandía también se cultiva en Corrientes y Formosa, pero allí la escala es mayor y se realiza con sistema de riego. Cuando las lluvias acompañan y cantidad de agua resulta óptima, también colabora para evitar plagas y enfermedades. El Ministerio del Agro provincial inició ensayos para incorporar tecnología de riego en la cuenca del Cuña Pirú, pero aún ese acompañamiento no llegó a los productores que dependen del ciclo de lluvias.
«El circuito comercial de la cuenca sandiera se centra en los consumidores que transitan por la Ruta 7, en particular aquellos que ya tienen la costumbre de comprar en Cuña Pirú, incluso si el transporte les resulta costoso. Además, los pequeños productores abastecen a revendedores que distribuyen frutas en distintas partes de la provincia, como en las localidades de San Vicente, El Soberbio y Aristóbulo del Valle», cuenta Lombardo y agrega: «Mucha gente viene desde Posadas a comprar las primeras sandías de la temporada. Esas personas se trasladan unos 250 kilómetros entre ida y vuelta, pero lo que buscan es un producto único en su sabor».
Producción local, valor agregado y el rol del INTA
Mariano Azula es ingeniero agrónomo y trabaja en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), desde donde acompaña a un grupo de diez productores de la cuenca del Cuña Pirú. Buscan optimizar la producción de melón, pepino y la estrella del lugar: la sandía. «Los productores comienzan la siembra a mediados de mayo y junio, escalonando la producción en varias tandas. Cada productor que dispone de cinco o seis hectáreas suele plantar una o dos hectáreas en cada tanda, y sigue este esquema hasta casi fin de año. Las variedades de sandía más común en la zona son las híbridas, siendo la ‘bárbara’ una de las preferidas” cuenta Azula.
El ciclo de la sandía comienza con la siembra de semillas en las bandejas de plantines, donde luego de 25 a 30 días la planta está lista para ser puesta en tierra para su crecimiento definitivo. Es fundamental prestar atención al sustrato, el riego y la ventilación. Una vez en el campo, la planta requiere cuidados específicos como riego y protección contra las noches frías, utilizando plásticos y telas anti-heladas.
«Hace unos años se motivaba a los productores a que adquirieran plantines en viveros. Esta práctica ya está incorporada. Ahora buscamos que inviertan en equipamiento para mejorar la eficiencia del riego», sostiene el ingeniero. El ciclo del cultivo de sandía dura entre 90 y 120 días desde la siembra hasta la cosecha, aunque este período puede acortarse a unos 80 y 85 días si las condiciones climáticas son favorables. Las sandías «primicia», que tienen mayor valor en el mercado, se cosechan entre fines de octubre y la primera quincena de noviembre.
En cuanto a las preferencias del consumidor, Azula repasa que antes se buscaban sandías grandes, de hasta 20 kilos, pero ese hábito se fue modificando y en la actualidad se eligen más las de 10 a 12 kilos, porque los grupos familiares son menos numerosos y el tamaño de la fruta es más cómodo para transportar y almacenar. También creció el consumo de sandías de dos a cuatro kilos, que son las que más se venden para la comercialización en grandes ciudades.
Las familias productoras del Valle Cuña Pirú también producen derivados de la fruta, principalmente mermelada. La comercialización, por el momento, se realiza de forma regional en distintos locales de los pueblos aledaños de la cuenca o de manera directa con los visitantes o turistas que llegan por la ruta 7.
Del tabaco a la sandía, dulce transición
Sandra Abegg es productora en Ruiz de Montoya, ciudad de la fiesta provincial, y reivindica la adaptación de este cultivo a la producción en el valle. «Hace más de diez años decidimos dejar de plantar tabaco y dedicarnos a la producción de sandías. Es un cultivo sano que nos permite generar ingresos suficientes. Además, toda la familia trabaja en la chacra y hasta mis hijas me ayudan a hacer la mermelada. No se desperdicia absolutamente nada», valora la productora.
Su caso no es el único de transición productiva. Muchas familias fueron abandonando, en los últimos años, prácticas tradicionales como el cultivo de tabaco o yerba mate para apostar fuertemente a la sandía y su buena fama en esta cuenca. Roberto Parra asegura que en 2012, cuando tuvo su primera cosecha de sandía, se dio cuenta de que era el futuro para su chacra. Desde entonces, con apoyo técnico de la Secretaría Agricultura Familiar provincial, fue aprendiendo los secretos de este cultivo.
“Nos cambió la vida”, dice Lucía, otra productora del Cuña Pirú, y detalla el proceso de producción del cultivo con fertilizantes orgánicos: «El esfuerzo es grande. En mayo comenzamos a preparar la siembra. Se pasa la rastra para mover la tierra, con los bueyes; en junio abonamos el suelo con una mezcla de aserrín y estiércol de gallina, dejamos que actúe durante unos 40 días para que todo se mezcle bien. Unos días antes de la siembra mezclamos la tierra una vez más y hacemos los pozos, donde colocamos estiércol de vaca como base y, luego, el plantín».
La transición comenzó hace años. La producción emblema del Valle del Cuña Pirú, además de representar una oportunidad económica sólida, refleja el saber colectivo y el empeño de las familias campesinas que sostienen este cultivo tan disfrutado en la región.
*Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva