15/02/2024 - Nota de opinión de: Julián Otal Landi es profesor en Historia. Miembro académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. LALI Y LA ANTIPATRIAHace unas semanas, le preguntaron en su gira por España a la cantante más exitosa del momento en nuestro país, Emilia Mernes, sobre su impresión en torno al actual gobierno nacional: “Los argentinos pueden sufrir recortes por el nuevo gobierno de Milei. Como mujer, argentina y artista, ¿cómo estás viviendo está situación?”. La respuesta fue un silencio incómodo donde Emilia, detrás de unos lentes gigantes, apenas esbozó una sonrisa torpe mientras alguien de su staff aclaraba a viva voz que ella “no iba a opinar de política”. La estrategia de los asesores de Emilia: prefirieron que la cantante sólo “haga lo suyo”, pop para divertirse, como diría el personaje de Capusotto “Micky Vainilla”. LEER MÁS ... La no-noticia se hizo viral porque detrás del silencio de Emilia está latente la contracara que es Lali Espósito, que sufre un permanente atosigamiento en las redes desde el triunfo en las PASO por Javier Milei. Entonces, suponemos, que los asesores de Emilia habrán evaluado cuánto afectaría al fandom su expresión política, sea a favor o en contra del actual gobierno liberal. Desde el otro lado, Lali prefiere no callar y continúa respondiéndole no sólo a los haters sino también al mismísimo presidente quien, caso inédito hasta entonces, encabeza la descalificación y el agravio compartiendo desde sus redes innumerables posteos agraviantes hacia la popular actriz y cantante. Otra observación no menor sobre este particular escenario: a diferencia del macrismo quien recreaba en Cristina a la enemiga pública número uno, Milei prefiere focalizarse en la cantante pop quien sólo expresó su opinión como cualquier ciudadano o ciudadana. ¿Qué significa todo esto? El hecho no constituye una simple noticia digna de analizar en programas de chimentos sino por el contrario, resume un nuevo fenómeno que se puede resumir en el uso de una “nueva política” mientras que por el lado de Lali estamos ante una exponente de la cultura popular. No como la concebían los pensadores y cientistas sociales del siglo pasado sino que se expresan nuevas características resultado de un nuevo milenio nutrido de políticas “transculturales”. Hace un tiempo, me remití al fenómeno cultural de Lali como una expresión de una nueva cultura popular resulta de lo que el investigador estadounidense Mattew Karush refería como “músicos en tránsito”. Su objeto significaba abordar el fenómeno de la globalización bajo otra perspectiva, teniendo en cuenta los lógicos sincretismos culturales que se deben considerar en la sociedad de masas: a través del repaso de trayectorias musicales de figuras icónicas, como Mercedes Sosa o Astor Piazzolla, Karush mostraba cómo las y los artistas más influyentes de la música popular argentina hicieron una carrera internacional y llegaron a públicos de todo el mundo, trabajando sobre esa tensión que implicaba la transnacionalización de la música. Lali es una de las artistas preferidas de la comunidad LGBT, que se puso al hombro apasionadamente la lucha por los derechos de las mujeres, mientras que mantiene un discurso y sentido de pertenencia “nacional”. Sin caer en falsas discusiones en torno a los músicos y artistas analizados por Karush, Lali es una expresión de esta “transición” donde se perfila como un “producto” transnacional pero que no pierde su sentido de pertenencia. Hace años que ella construyó una obra adecuada a los nuevos tiempos y no es novedad que es una de las artistas preferidas de la comunidad LGBT, que se puso al hombro apasionadamente la lucha por los derechos de las mujeres (su apoyo a la legalización al aborto fue uno de ellos) mientras que, a diferencia del resto, mantiene un discurso y sentido de pertenencia “nacional” en un contexto actual –donde los valores comunitarios están en franco retroceso en pos de una nueva supravaloración del individuo, mientras se prioriza la agenda global por encima de las necesidades urgentes de los sectores más desprotegidos– las definiciones y las posiciones de nuestros y nuestras artistas populares –por más banales que le suenen a algunos– resultan más que trascendentes. ¿Por qué? Porque Lali logró constituirse en la voz y emblema de amplios sectores de la juventud que, a su vez, comulgan o integran la comunidad LGBT. Pero, a su vez, refuerza su sentido de pertenencia hacia lo nacional. Algo que en principio no parece ser incompatible, pero lo es cuando la discusión no tiene un pensamiento situado en la situación social de un territorio definido. Lali opina, define y defiende desde su lugar en el mundo y sitúa su problemática desde el nosotros. Su identidad no implica una explícita adhesión política partidaria. Como hemos aclarado en otro artículo, Lali es parte y resultado de una generación que se crió en el contexto de la “pizza con champán”, de la falsa teoría del derrame, de los barrios desamparados donde los enemigos del pueblo eran el Estado corrupto y ausente, quien junto con la amenaza más visible la feroz policía federal que se encargaba de realizar sus razzias y levantar jóvenes que quizás nunca volverían a sus hogares. Cuando ella se expresaba en sus posteos en contra de Javier Milei, era porque sabía claramente qué intereses representa las políticas del libertario: antiderechos, ni más ni menos. Hace unos días, Lali cumplió otro de sus grandes anhelos: formar parte del mítico Cosquín Rock. Su performance se transformó en uno de los condimentos más picantes del día uno, no sólo por su despliegue escénico y carisma sino porque todos estaban expectantes sobre qué respondería sobre los últimos ataques que recibió. Es que desde el 10 de diciembre del pasado año que los haters no le dan tregua mientras que su fandom, casi tan leal y fanático como el de la mega estrella Taylor Swift, la defiende. “Pensé un montón qué decir. Ustedes imaginen el contexto. Lo más importante, al menos para mí, es que esta fiesta que somos los argentinos, esta unión que genera el arte, la música, la cultura, nadie nos la va a sacar jamás. Esta canción (“Quiénes son?”) es para los mentirosos, los giles, las malas personas, las que no valoran, los antipatria… Todos”. La ovación del público no se hizo esperar. A diferencia de los “rockeros” (quienes muchos fueron exponentes de la resistencia y denuncia hacia el liberalismo de los noventa) quienes en su mayoría guardan silencio y prefieren seguir la “doctrina Emilia”, Lali no se siente amedrentada y retruca discursivamente con una mezcla de barrio y militancia. La palabra “antipatria” flotó en el aire cordobés como un cuchillo afilado, resabio de aquellas plumas filosas populares que no guardaban silencio ante la reacción conservadora y gorila. Lali, en una palabra, recuperó a un Arturo Jauretche que descansa, aburrido en los estantes de las librerías de viejo. Lali Espósito: “Esta canción (‘Quiénes son?’) es para los mentirosos, los giles, las malas personas, las que no valoran, los antipatria… Todos”. En relación al ataque desmedido del gobierno y sus esbirros hacia la artista, el reconocido empresario Daniel Grinbank escribió en Instagram una reflexión más que interesante que resume no sólo la importancia de Lali como exponente de la cultura nacional y popular sino también de las estrategias asumidas por esta suerte de “nueva política” reaccionaria: “El arte molesta a los gobiernos totalitarios, fundamentalmente por la imposibilidad de poder controlarlo. Los inventos que se generan en USA de parte de un sector del partido republicano en promover mentiras descabelladas contra Taylor Swift (que, obviamente, no comulga con los conceptos misóginos de Trump) que milita la independencia femenina, inventando incluso que su romance con el jugador de fútbol americano Travis Kelce (ya impopular para la derecha por su apoyo en su momento a las vacunas) con el Super Bowl de por medio, es parte de una fantasía de los militantes del MAGA y QAnon (ambos grupos ideológicamente de carácter recontra facho). Pero vía redes y algunos medios logran instalar en un sector de la población estas mentiras. También acá, en el mismo sentido funciona el desprestigiar a los artistas, endosándoles características de planeros de lujo. Y dentro de esto la fijación con Lali, cuando ella es una artista que factura con empresas como Sony, Netflix, Puma e infinidad de shows en la escena de conciertos iberoamericanos llenando estadios. La pongo a ella como ejemplo, pero es una peligrosa tendencia que se manifiesta en varias expresiones contra el arte local. (…) Hoy los ataques tienen otras formas, ejércitos de trolls, un presidente mintiendo por las redes, que intenta dinamitar la relación inquebrantable artista-publico”. Pueden cambiar los tiempos, pero el uso de la política puede ser camaleónico aunque siempre recale en la misma estrategia: la construcción de sentido. El actual gobierno hace un uso novedoso de las redes donde lejos de todo protocolo se difunden fakes news y se comparten a ellos mismos como exponentes más de la cultura de masas, tomando “prestado” referencias a series y películas populares. Sigue siendo un discurso donde se busca a un enemigo que resulta necesario eliminar, ni más ni menos. Con más razón, los que nos encontramos de este lado de la mecha tenemos que apreciar e imitar la valentía de una artista popular que no tiene miedo de rifar su capital para mantenerse en el ranking inocuo de la música (solamente) para divertirse. * Julián Otal Landi es profesor en Historia. Miembro académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Fuentes Otal Landi, Julián. “Lali Espósito, música en tránsito: entre lo nacional y lo transnacional” en Revista Movimiento, 2023. [En línea] Karush M. Músicos en tránsito. Buenos Aires, Siglo XXI. 2018.
|
|